Turistas en Madryn

En Puerto Madryn, tuvimos la absurda idea de subir al muelle el día que un crucero proveniente de Uruguay (pero que había zarpado en algún otro puerto más lejano), había atracado. Los gendarmes no nos dejaron pasar y entonces fuimos a caminar a la playa y después al centro y así se nos pasaron las horas. Por toda la ciudad había turistas. Era un día martes y aunque siempre hay turistas en Madryn, éstos eran todos los que venían en el barco. Cuando nos cansamos de caminar, nos sentamos a ver a las personas que volvían para subir al crucero. En forma análoga, otros argentinos hacían lo mismo y comentábamos los idiomas que hablaban, cómo se veían, la cantidad inmensa que eran. El crucero se iría al anochecer y ciertamente, yo ya empezaba a aburrirme de ser espectadora y no poder subir al muelle.

Foto del fucking crucero, desde la playa por supuesto
Volví a acercarme y el gendarme volvió a negarnos la entrada. Aún así, nos pusimos a conversar del barco y de los turistas y de esa forma de viajar prácticamente a bordo de una ciudad que va parando en las costas, de la vida en el mar, de los viajes, del mundo. En resumen, no hay nada que nos diferencie a unos de otros, le digo, porque ¿qué tienen ellos que no tenga yo? Y su respuesta llegó inmediata. Fue ágil, liviana, concisa, solamente me miró y me dijo: “plata”, encogiéndose de hombros y quedándose, como yo, frente al muelle viendo a los otros partir.

Travesuras de duendes

Al llegar a Bahía, debo haber trasladado algún duende en la mochila. Primero, porque la mochila pesaba mucho más que cuando había llegado, y segundo, porque en Bahía me desapareció una bombacha de gaucho.
La había lavado y colgado en la soga. Mi hermana levantó todo y me preguntó qué cosas eran mías. Las separé pero la bombacha no estaba. Le pregunté si la había levantado y me dijo que jamás la había visto. Sin embargo, yo sabía que estaba porque la había colgado contra el paredón, casi sobre la medianera. El hecho es que la bombacha no apareció.
Dos días después, sobre un sillón que está contra una esquina, al costado de una maceta, la bombacha de gaucho apareció. Estaba colocada sobre la silla, como si estuviera sentada, las piernas estiradas hacia el piso. No fui yo quien la encontró, sino mi hermana y se sorprendió porque ella había estado leyendo en el sillón y no había visto nada. La saqué del sillón, la planché y volví a guardarla en la mochila, para no dejarla antes de volver definitivamente a mi casa.
Ya en mi casa y al desarmar la mochila encontré un souvenir que me había regalado Fabio en Tandil, de duendecitos que él fabrica. Lo puse en un lugar visible en mi departamento. Lo tengo bien vigilado.
Esta foto se la saqué a Fabio del Face: "Duendes de Tandil", muy piola el flaco.  Hace además tareas de concientización sobre autoabastecimiento en los barrios, aprovechamiento de huertas y esas cosas.  Enseña a construir casas de adobe y recicla absolutamente todo.

Policías y ladrones

Estando con unos amigos en San Salvador de Jujuy, nos encontramos con que la camioneta en la que habíamos llegado y que habíamos dejado estacionada para ir a cenar, tenía un vidrio roto. Faltaban un par de bolsas de dormir, carpas, un aislante de última generación, la caja de herramientas, un skate callejero y una mochila que me habían prestado para hacer el trekking desde Iruya a San Isidro, que estaba vacía y a la que yo le había metido unos libros que había comprado el día anterior. Lo curioso del asunto es que apenas segundos antes, unos policías habían visto pasar a unas personas con equipo de acampar. Les resultó sospechoso el equipaje y la ropa que llevaban y el hecho de que hubiesen tirado unos libros en medio de la calle sin detenerse a levantarlos. Se les ocurrió pensar que habrían robado algo y caminaron hasta el hostel y se encontraron con el vidrio roto de la camioneta y con nosotros que estábamos llegando. Claro, ni se les ocurrió detenerlos un momento, qué se yo, ¿in fraganti?
Y sí, les robaron, nos dijeron. Se fueron por aquel lado, donde hay un barrio en el que no los van a encontrar nunca, nos informaron. Nos pidieron que inventariáramos lo que faltaba y así lo hicimos, pero ellos tomaron los datos y sí, ya podíamos sacar los vidrios de la calle y que elevarían lo que había pasado a quien correspondiese (sic). Ante la falta de respuestas, seguimos hasta Humahuaca y luego tomamos el colectivo local hasta Iruya para hacer el trekking, razón principal de nuestra incursión por esas altitudes.
Pero la historia no terminó ahí porque cuando volvimos a la capital, tres o cuatro días después, Marcelo, el dueño de la camioneta, fue hasta la comisaría a preguntar si habían recuperado algo y quedó detenido por sospechoso. El motivo fue que alguien había roto un cajero y la inteligencia jujeña asoció el resentimiento de Marcelo por el robo de las cosas de la camioneta, con el ataque a pedradas al cajero y la sustracción de unos creo que quince mil pesos. Lo trajeron detenido hasta el hostel y nos hicieron testificar que en verdad habíamos estado en Iruya, preguntándonos, incrédulos, cómo habíamos subido a la altura de 4000 mts. sobre el nivel del mar, con un vidrio roto. En fin. A las cosas, jamás las recuperamos y a nosotros, nos pidieron las direcciones como certificación de que lo que decíamos era verdad (no tengo idea qué relación habrá entre una cosa y otra, yo creía que era el documento el que certificaba quién era una, ¿vio?). Así que al parecer, mi domicilio al igual que el de los demás, estuvo involucrado en un robo.
Retomamos la ruta. Se me ocurre pensar que sí, que yo tal vez sí haya robado algo, porque ahora que lo estoy escribiendo me doy cuenta de que nunca le devolví la mochila a Enrique.  Y los libros: los libros descansan sobre un estante, sin recordar nada de lo ocurrido.

Sureña despistada

Volví en colectivo. A algo más de medianoche bajé al baño en la Terminal de Choele. Me apuré porque siempre tengo la impresión de que los tiempos propios y los de los choferes son dados por relojes distintos. Volví a subir al colectivo y estaba casi arrancando. Seguía todo en penumbras. Como había intercambiado asiento con una mujer no recordaba el número, pero la ubicación era exactamente abajo del último televisor. Me dirigí allí y me encontré con que otra mujer había ocupado mi asiento. Estaba muy dormida, como si nunca hubiese despertado. Miré al de al lado y no pude reconocer si era el mismo tipo que se había sentado conmigo en Bahía, porque a ese solamente le había visto las manos debido a que el tipo venía con la cara pegada al vidrio y nunca respondió a mi “buenas noches”, dos razones para suponer que también volvía a su provincia. Poco en ese colectivo me resultaba familiar. Los números de los asientos eran papeles pegados. Ni siquiera recordaba a dos que iban sentados adelante, de cara a la cafetera, a pesar de que yo había estado ahí. Y mi bolso tampoco estaba. Miré por la ventana y vi en la plataforma siguiente al “Vía Bariloche” en movimiento. Pero era nuestro colectivo el que se movía. Empecé a correr hacia la salida y conseguí bajar cuando casi salíamos de la plataforma. El chofer me despidió diciéndome que le parecía que yo no era pasajera de ellos, pero estaba bien por él si me quería sumar... Ni le contesté. Fui la última en subir al otro colectivo y me senté al lado del tipo sin rostro. Era el asiento número treinta y dos.

La confianza... o mata o embaraza

¿Cómo podés ser tan confianzuda?, me preguntan. Porque tengo la costumbre de hacer dedo, o cuando voy con el auto, levantar gente. ¿Cómo? Yo contesto que así como hay gente mala, también hay gente buena, y que espero encontrarme con estas últimas. Pero esa respuesta convence poco y entonces me cuentan de la última atrocidad, como por ejemplo cuando sacaron a una mujer de mi misma edad que también era re piola y demás, y apareció adentro de una alcantarilla cortada en pedacitos o volvió a la casa con el bombo lleno a la fuerza o cosas así. Y si eso no es suficiente, apelan a la evidencia de los números y me relatan los titulares de diversos diarios locales o no. Y sí, conozco esos datos y sé que nadie está exento de nada. Pero justamente por eso, no se sabe qué es lo que te puede pasar, bueno o malo. Y aquí a veces digo que mucha gente muere sin salir del baño de su casa. Bueno, pero está en su casa, me contestan. Ah…
Claro. Parece que el miedo existe y que ¿mejor miedo conocido que miedo por conocer?

De mal a un poco mejor...

Caminé unas trece cuadras con la mochila a cuesta, bajo la lluvia, hasta el único hostel que conseguí. Me atendió Mercedes, re piola y el hostel está muy bien puesto en pleno centro. Tiene una ventana que da a las calles principales y a un edificio viejo que me recordó mucho a mi ciudad natal (Bahía Blanca). Pero la verdad, que el hostel es muy recomendable para personas que han superado unas cinco décadas. Al menos, esa fue la onda que me tocó en suerte, porque había personas de un coro y rondaban esa edad y todo bien con ellas, pero tenían una líder controladora y mala onda que no pude aflojar de ninguna manera. Mala suerte.
Les dejo una foto del gato.
Ignoro qué nombre tenía o si desaparecía como el gato de Cheshire.

Mal recibimiento...

Si bien llegué un día domingo, nada estaba preparado para recibirme a mí o a cualquier otro visitante que viajara con mis medios. En la terminal, Informes estaba cerrado. La mina del locutorio tenía poca o ninguna idea de lo que yo le estaba hablando. Hasta que decidí calmar mis ansias con una hamburguesa completa (sin huevo: no porque no lo quisiera, sino porque así lo indicaba el menú), y el mozo me vino a traer un mapa de la ciudad y me dio algunas indicaciones. Menos mal.  Afuera llovía y fue toda una movida llegar hasta un hostel que decidiera albergarme.


Tandil, la ciudad de los perros

Todas estas esculturas están en la plaza principal. Han sido donadas y son parte de una colección de estatuas de bronce que incluyen además, dos leones y unas cuantas diosas griegas.  Me llamaron la atención los perros y la presencia que tienen en la representación de los tandilenses, ya que en el Museo Municipal de Bellas Artes había un par de menciones que incluían perros.  Me perdí la foto de los que estaban ahí.