Sureña despistada

Volví en colectivo. A algo más de medianoche bajé al baño en la Terminal de Choele. Me apuré porque siempre tengo la impresión de que los tiempos propios y los de los choferes son dados por relojes distintos. Volví a subir al colectivo y estaba casi arrancando. Seguía todo en penumbras. Como había intercambiado asiento con una mujer no recordaba el número, pero la ubicación era exactamente abajo del último televisor. Me dirigí allí y me encontré con que otra mujer había ocupado mi asiento. Estaba muy dormida, como si nunca hubiese despertado. Miré al de al lado y no pude reconocer si era el mismo tipo que se había sentado conmigo en Bahía, porque a ese solamente le había visto las manos debido a que el tipo venía con la cara pegada al vidrio y nunca respondió a mi “buenas noches”, dos razones para suponer que también volvía a su provincia. Poco en ese colectivo me resultaba familiar. Los números de los asientos eran papeles pegados. Ni siquiera recordaba a dos que iban sentados adelante, de cara a la cafetera, a pesar de que yo había estado ahí. Y mi bolso tampoco estaba. Miré por la ventana y vi en la plataforma siguiente al “Vía Bariloche” en movimiento. Pero era nuestro colectivo el que se movía. Empecé a correr hacia la salida y conseguí bajar cuando casi salíamos de la plataforma. El chofer me despidió diciéndome que le parecía que yo no era pasajera de ellos, pero estaba bien por él si me quería sumar... Ni le contesté. Fui la última en subir al otro colectivo y me senté al lado del tipo sin rostro. Era el asiento número treinta y dos.

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