Policías y ladrones

Estando con unos amigos en San Salvador de Jujuy, nos encontramos con que la camioneta en la que habíamos llegado y que habíamos dejado estacionada para ir a cenar, tenía un vidrio roto. Faltaban un par de bolsas de dormir, carpas, un aislante de última generación, la caja de herramientas, un skate callejero y una mochila que me habían prestado para hacer el trekking desde Iruya a San Isidro, que estaba vacía y a la que yo le había metido unos libros que había comprado el día anterior. Lo curioso del asunto es que apenas segundos antes, unos policías habían visto pasar a unas personas con equipo de acampar. Les resultó sospechoso el equipaje y la ropa que llevaban y el hecho de que hubiesen tirado unos libros en medio de la calle sin detenerse a levantarlos. Se les ocurrió pensar que habrían robado algo y caminaron hasta el hostel y se encontraron con el vidrio roto de la camioneta y con nosotros que estábamos llegando. Claro, ni se les ocurrió detenerlos un momento, qué se yo, ¿in fraganti?
Y sí, les robaron, nos dijeron. Se fueron por aquel lado, donde hay un barrio en el que no los van a encontrar nunca, nos informaron. Nos pidieron que inventariáramos lo que faltaba y así lo hicimos, pero ellos tomaron los datos y sí, ya podíamos sacar los vidrios de la calle y que elevarían lo que había pasado a quien correspondiese (sic). Ante la falta de respuestas, seguimos hasta Humahuaca y luego tomamos el colectivo local hasta Iruya para hacer el trekking, razón principal de nuestra incursión por esas altitudes.
Pero la historia no terminó ahí porque cuando volvimos a la capital, tres o cuatro días después, Marcelo, el dueño de la camioneta, fue hasta la comisaría a preguntar si habían recuperado algo y quedó detenido por sospechoso. El motivo fue que alguien había roto un cajero y la inteligencia jujeña asoció el resentimiento de Marcelo por el robo de las cosas de la camioneta, con el ataque a pedradas al cajero y la sustracción de unos creo que quince mil pesos. Lo trajeron detenido hasta el hostel y nos hicieron testificar que en verdad habíamos estado en Iruya, preguntándonos, incrédulos, cómo habíamos subido a la altura de 4000 mts. sobre el nivel del mar, con un vidrio roto. En fin. A las cosas, jamás las recuperamos y a nosotros, nos pidieron las direcciones como certificación de que lo que decíamos era verdad (no tengo idea qué relación habrá entre una cosa y otra, yo creía que era el documento el que certificaba quién era una, ¿vio?). Así que al parecer, mi domicilio al igual que el de los demás, estuvo involucrado en un robo.
Retomamos la ruta. Se me ocurre pensar que sí, que yo tal vez sí haya robado algo, porque ahora que lo estoy escribiendo me doy cuenta de que nunca le devolví la mochila a Enrique.  Y los libros: los libros descansan sobre un estante, sin recordar nada de lo ocurrido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No es la primera vez que leo algo relacionado a "mala praxis" policial en el norte argentino, algo ya sabía de Tucumán y Salta. No me extrañaría que los ladrones estén involucrados con esos milicos.

Anónimo dijo...

Muy buena la crónica de lo ocurrido ..tal cual un besooo